Escalera y cruces, 1993 Hilario Bravo Ceniza, carboncillo, barniz y latón sobre tela 89 x 89 cm |
HILARIO BRAVO, DESDE LA CENIZA:
RENACER DE LA PINTURA.
Fernando Castro Flórez
El Urogallo, mayo de 1995, y Diario 16, 20 de Febrero de 1995
En la sala de exposiciones de la Asamblea de Extremadura en Mérida se presentó una exposición de Hilario Bravo (Cáceres, 1955) en la que recoge su producción de los años noventa. Este pintor ha realizado anteriormente muestras en galerías como Término de Madrid, el Colegio Oficial de Arquitectos de Cáceres o Ray—Gun de Valencia; ha sido incluido en exposiciones colectivas como «Nuevas Experiencias de Artistas Extremeños» en la Expo 92 de Sevilla en las Salas del Arenal o «Bilder und Crafiken Baskischer Künstler», en Weisbaden.
Gran tormenta. 1991 Hilario Bravo Ceniza, carboncillo, barniz y cobre sobre tela 160 x 188 cm. |
Javier Cano subraya en el catálogo de la muestra que Bravo «insiste en la necesidad, en el sentido programático que Kandinsky expresó entre 1911 y 1914, que el artista tiene de relacionarse con el entorno para no ser oprimido por la angustia material». Un artista que intenta encontrar en la pintura una posibilidad para sostener, aún, un concepto de naturaleza, que se resiste frente al despliegue imparable de la técnica.
En sus comienzos, en los años setenta, Hilario Bravo transita por los dominios del performance, con una presencia del cuerpo que sirve como testimonio existencial. Pero es en la década siguiente cuando se aproxima a lo que será su verdadera «angustia de las influencias», por emplear una expresión de Harold Bloom: el expresionismo alemán que él pone en comunicación, de una forma transversal, con la sensualidad de Klimt. El primitivismo y el decadentismo se unen en una conciencia lúcida del final, sólo algunos creadores son capaces de continuar cuando se ha llegado al «agotamiento estético».
El romanticismo alemán ya reclamó, en sus primeros programas, una mitología simbólica que permitiera suturar los abismos de la razón, ese certificado de insuficiencia que es el juicio estético en Kant. El simbolismo no es meramente la certeza sensible, es sobre todo la mostración del gozne hermético, del limite en el que es posible sostenerse cuando se tiene arrojo. Hilario Bravo llega a ese lugar o tiempo anterior asumiendo la experiencia icónica de Malevich o la temperatura plástica de Beuys, pero negándose a participar de lo apocalíptico o la fascinación chamánica.
Ventanas. 1997-99
Hilario Bravo
Cenizas, carboncillo, barniz y collage sobre tela
187 x 160 cm.
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Nombrar lo primordial: la ceniza, el agua, las flores. Pintar sin nostalgia un jardín, que no es otra cosa que una memoria de lo que no se podrá contemplar jamás. Las presencias de Bravo son más poéticas que reales, su fuerza es mayor en la abstracción, en lo inacabado con intensidad superior que en las palabras recogidas en el lienzo. Soledad y silencio son las divisas de los artistas que, como Beckett comentará a Duthuit, pintan «aterrados y temblando», intentando escapar de la banalidad. Es preciso continuar.
En las imágenes de Hilario Bravo se encuentra un sentido de la tierra especial (fragmentos incrustados en el lienzo, sin azar), una mezcla de ternura y humildad. Pintura de la pasión y de las semillas, comenzada a cada momento, tachada, abandonada, esto es, depositada en el horizonte de la serenidad. Podrían ser paredes en las que han quedado las huellas o los mensajes de alguien que no podía hablar al mundo (o a aquellos que pueden entenderle) de otra manera que esa.
Mis cenizas. 1993
Hilario Bravo
Cenizas y carboncillo
82 x 61 cm.
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Una de las series más hermosas de esta exposición es la que se dedica a la diosa Diana, a su presencia mítica desnuda o mejor viéndose desnudada en un estanque. Hilario Bravo mantiene lejos la memoria del agua, lo que resta es un conjunto de miradas, concretadas en toda su dureza: un disparo, atravesando el lienzo como si fuera posible llegar a su otro lado, lo siniestro. Los signos se duplican, el espejismo queda concretado y de esa manera el cuerpo de la diosa se mantiene invisible. Paisaje en el que se vuelve efímera la utopía del deseo, la pasión reflejada; se borra el cuerpo, arrastrando también el bosque esquemático hasta la mancha. En vez de agua y muro de ninfas, una huella que permitiría atravesar el río. Fertilidad de lo seco (de nuevo Celan: ceniza raíz de lo cantable), última vibración del lugar donde la identidad se multiplicaba. Hilario Bravo atenúa la luz y, por ello, mantiene la promesa de transparencia presente.
Lenguaje angustiado. 1994
Hilario Bravo
Ceniza, barniz, óleo, carboncillo y collage sobre tela
130 x 162 cm.
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