Fernando Castro Flórez
Ausente cualquier memoria del agua, lo que resta (acaso una falta) es un conjunto de mirada, concretadas en toda su dureza: un disparo. La reduplicación subraya el espejismo, la certeza de que el cuerpo de la diosa es invisible. Paisaje en el que se vuelve efímera la utopía del deseo, su alteridad o mejor, la pasión que quiere verse desnuda. Se borra el cuerpo, arrastrando el bosque esquemático hasta la mancha: mirada culpable y consciente de su error.
(Para las cruces blancas de "El estanque de Diana")
Huir por donde no existe camino, escribe Ovidio, pensando en la extrañeza de su escritura. La fuga, el territorio "estriado" se agota hasta sugerir inmovilidad, pero al mismo tiempo dificultad para fijar el emplazamiento. Carentes de tragedia, en ese rebasar el obstáculo potencialmente negativo al que aludiera Lezama como signo del desvanecimiento: emblema del instante.
(Línea superior de "El estanque de Diana")
(Línea superior de "El estanque de Diana")
En el descenso a la animalidad, laberinto de vegetación, la tierra se eleva hasta convertirse en el horizonte; acordarse a tiempo del dolor, cuando ninguna palabra puede salir.
Esa línea en su dureza y falta de esperanza es destino para alguien que se encadena a ser perseguido.
(Para "Diana")
En vez de agua y un muro de ninfas, una huella que permitiría atravesar el río. Fertilidad de lo seco, última vibración del lugar donde la identidad se multiplicaba. El agua no se guarda ahora su noche, sino que permite la transparencia: luz atenuada (plenitud del canto). Riesgo y testimonio de un deseo cegado.
Madrid, Diciembre de 1994
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