Artemisa, 1991 190 x 155 cm |
¿Y cómo consigue Hilario Bravo la levedad en su pintura? Sustrayendo paso a sus fondos y figuras (Ítalo Calvino), perforando el plano para mostrarnos su consistencia (Lucio Fontana) adivinando los pájaros por sus huellas en la nieve (Emily Dickinson), en pocas palabras: actuando como narrador, fabricante de espacios e intuidor de la naturaleza. Convivir con su pintura durante unos momentos es una experiencia ascendente; experiencia que comienza en los fondos fluctuantes, cenicientos y luminosos, sobre los que su mano traza con temblor una imagen sugerente, a la que añade palabras que pueden afirmar o negar lo que se ve allí (sí y no de la existencia) o concretarla con un dato natural (hoja).
El resultado descrito puede parecer demasiado fugaz, pero no sucede así. Cada signo pictórico, su temblor, cada gesto en el espacio, su precisión, van construyendo los componentes de una frase cuyo significado alcanza el límite perceptivo de cada espectador, según la presión, el peso que la leve imagen ejerza en su mirar. Esta es la paradoja de la levedad bien expresada, levedad invasora por los tres canales, narración, espacialidad e intuición, que antes hemos mencionado. Es evidente que nos gusta -y creemos en él- el trabajo pictórico de Hilario Bravo; trabajo que puede colorearse de contenidos dramáticos y evocadores, trascendentales y definidores; que nunca emplean su energía de manera despiadada; que no maltratan al color, ni angustian el espacio. César Vallejo decía en uno de sus Poemas Humanos:
« ¡Oh, no cantar; apenas
escribir y escribir con un palito
o con el filo de la oreja inquieta!».
ABC de las Artes, nº 176 de 17 de marzo de 1995
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