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sábado, 17 de marzo de 2012

HILARIO BRAVO, SU LEVEDAD

Adolfo Castaño

Artemisa, 1991
190 x 155 cm
    María Moliner apunta en su diccionario: «LEVE, se dice de lo que hace o ejerce muy poca presión o fuerza». Nosotros añadimos, pero lo leve esta ahí, está pre­sente en sus síntomas que rozan por igual lo dramático (una enfer­medad) y lo soportable (una hue­lla). Entre esos dos puntos, dra­mático como acción, soportable como umbral de sensación, se mueve la pintura de Hilario Bravo (Cáceres, 1955).
    ¿Y cómo consigue Hilario Bravo la levedad en su pintura? Sustra­yendo paso a sus fondos y figu­ras (Ítalo Calvino), perforando el plano para mostrarnos su consis­tencia (Lucio Fontana) adivinando los pájaros por sus huellas en la nieve (Emily Dickinson), en pocas palabras: actuando como narra­dor, fabricante de espacios e in­tuidor de la naturaleza. Convivir con su pintura durante unos momentos es una experien­cia ascendente; experiencia que comienza en los fondos fluctuantes, cenicientos y lu­minosos, sobre los que su mano traza con temblor una imagen sugerente, a la que añade palabras que pueden afirmar o negar lo que se ve allí (sí y no de la existencia) o concretarla con un dato na­tural (hoja).
    El resultado descrito puede parecer demasiado fugaz, pero no sucede así. Cada signo pictórico, su temblor, cada gesto en el espacio, su precisión, van construyendo los compo­nentes de una frase cuyo significado alcanza el límite perceptivo de cada espec­tador, según la presión, el peso que la leve imagen ejerza en su mirar. Esta es la pa­radoja de la levedad bien expre­sada, levedad invasora por los tres canales, narración, espacialidad e intuición, que antes hemos mencionado. Es evidente que nos gusta -y creemos en él- el tra­bajo pictórico de Hilario Bravo; trabajo que puede colorearse de contenidos dramáticos y evoca­dores, trascendentales y definido­res; que nunca emplean su ener­gía de manera despiadada; que no maltratan al color, ni angustian el espacio. César Vallejo decía en uno de sus Poemas Humanos:

« ¡Oh, no cantar; apenas
escribir y escribir con un palito
o con el filo de la oreja inquieta!».


ABC de las Artes, nº 176 de 17 de marzo de 1995

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