Marcos Ricardo Barnatán
Ara triforme, 1999 234 x 182 cm |
Por eso Hilario Bravo (Cáceres, 1955) puede combinar en una misma pieza escultórica el hierro y la parafina –el hierro se forja en el fuego, el fuego destruye la parafina—, y hacer con esos contradictorios materiales una cruz que hereda las broncas herrumbres de las lanzas y espadas del soldado católico junto a la nívea levedad de la parafina, que ilumina el camino del hombre. Pero para este artista fuerte también hay cruces humildes, cruces de palo, cajas en cruz de madera simple que también tienen su sombra. Porque tanto el hierro como la madera pueden hacer sombra.
Los iconos tradicionales de la liturgia cristiana: las cruces, las coronas de espinas, la escalera del descendimiento, las llamas de las velas, las luces... sirven como objetos mágicos integrados al intenso repertorio de la pintura de Hilario Bravo, que nos hace una gran demostración de su poderío en esta exposición que lo descubre para la mayoría de los aficionados madrileños al arte.
Continuador de una corriente arraigada en la pintura moderna española, que arranca quizá en el mismo Pablo Picasso, y que dio más tarde maestros indiscutibles como Antoni Tàpies o Antonio Saura, nuestro joven artista recoge velas y nos plantea aquí su propio discurso con una bien asentada originalidad. No dudo de que el nombre de Hilario Bravo está condenado a ser imprescindible en nuestra pintura.
Metrópolis. El Mundo, nº 552 de 22 de diciembre de 2000
Cántico, 1997 195 x 130 cm |
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