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sábado, 17 de marzo de 2012

LITURGIAS

Marcos Ricardo Barnatán
 

Ara triforme, 1999
234 x 182 cm
           Ante la exultante autobiografía de Ignacio de Loyola exclamó el desinhibido Cioran: «¡Cualquier con­quistador parece un abúlico a su lado!». La espada alzada se proyecta so­bre el espacio tatuando una cruz en el aire. La cruz de hierro que se ex­pande por el mundo y se impone como una Ley absoluta, una nueva Ley que borra lo viejo y redime la carne débil. De aquellas cruces rudas y militantes hay restos vivos en las cruces del éx­tasis, de la mística quietista. Porque cada cruz se apoya en la cruz anterior y no puede ser sino en función de lo que fue.
Por eso Hilario Bravo (Cáceres, 1955) puede combinar en una misma pieza escultórica el hierro y la parafina –el hierro se forja en el fuego, el fuego des­truye la parafina—, y hacer con esos con­tradictorios materiales una cruz que he­reda las broncas herrumbres de las lan­zas y espadas del soldado católico jun­to a la nívea levedad de la parafina, que ilumina el camino del hombre. Pero para este artista fuerte también hay cruces humildes, cruces de palo, ca­jas en cruz de madera simple que tam­bién tienen su sombra. Porque tanto el hierro como la madera pueden hacer sombra.
Los iconos tradicionales de la liturgia cristiana: las cruces, las coronas de es­pinas, la escalera del descendimiento, las llamas de las velas, las luces... sir­ven como objetos mágicos integra­dos al intenso repertorio de la pintu­ra de Hilario Bravo, que nos hace una gran demostración de su poderío en esta exposición que lo descubre para la mayoría de los aficionados madrileños al arte.
Continuador de una corriente arrai­gada en la pintura moderna españo­la, que arranca quizá en el mismo Pa­blo Picasso, y que dio más tarde maes­tros indiscutibles como Antoni Tàpies o Antonio Saura, nuestro joven artista recoge velas y nos plantea aquí su pro­pio discurso con una bien asentada ori­ginalidad. No dudo de que el nombre de Hilario Bravo está condenado a ser im­prescindible en nues­tra pintura.

Metrópolis. El Mundo, nº 552 de 22 de diciembre de 2000



Cántico, 1997
195 x 130 cm

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