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sábado, 17 de marzo de 2012

LA BLANCA LITURGIA DE HILARIO BRAVO

José Ramón Danvila

Los cuatro ríos, 1997
225 x 184 cm
Nadie diría que la obra expuesta se corresponde con el trabajo de un pintor acti­vista ni que entre sus antecedent­es está el artista conceptual que antaño participó en los Enc­uentros de Pamplona. Se trata de pintura y de narrar las cosas con poética, con inusitada poéti­ca diría yo, y eso debe ser consec­uencia de que hoy por hoy el planteamiento del trabajo de Hi­lario Bravo (Cáceres, 1955) se concentra en una clara lucha pictórica y no en disquisiciones de tipo conceptual, experimental o social.
Para entender de qué se trata basta con atender a algunas de las consignas que Bravo ha dispuest­o en sus obras. En primer lugar la escena. Sus cuadros tienen el blanco como el color-argumento y el asunto-intérprete pero, lejos de adoptar la personalidad de un blanco esencial o químicamente puro, sobresale el acento de un pintor empeñado en crear textu­ras, en dejar noticias del gesto, en concretar en tan sensuales como barrocos fondos las citas de otros olores que garanticen la primera pureza para hacerl­a aún más blanca y poderosa.
Vanitas, 1997
116 x 89 cm

En segundo lugar, las expresiones. Bravo ha escrito, -si el blanco es tra­tado de tal manera que se borra cualquier parentesco minimalista, la palabra pone de manifiesto un indis­cutible nivel conceptual-, términos como luz, inicio, inquietud, hálito, misterio, vuelo, desazón y, -para aclararlo todo-, liturgia.
Después, se ha detenido en puntualizar con breves imágenes un discurso que sabe de alternativas entre a razón que es capaz de facilitar el orden existente n sus obras y la emoción que a través de ella se transmite. Aquí encajaría, quizás de manera contradictoria, otro término que figura inscrito en una de sus obras más poéticas, pasión. Imágenes como cruces y cálices, una boca a la que poco le falta para ser un sexo femenino, corazones y encrucijadas, llama­radas y figuras circulares que no tienen nada de geométrico, inclu­so orificios que horadan la super­ficie del lienzo son algunas de las figuras que ilustran iconográficamente una propuesta que, aún dichas presencias, se encuentra tan próxima a lo abstracto.
No sé si en el fondo, y reto­mando el significado de la pala­bra liturgia que escribió el artis­ta en uno de sus cuadros, se trata de sublimar con el rito de la pin­tura algunos temas de por sí dra­máticos, asuntos como la soledad o la muerte, que se hacen tan pre­sentes a través de determinados signos y que por el significado de otros, como el corazón, cambian de rumbo.



El Punto de las Artes, 21 de Marzo de 1997


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